Si el valor fuera es- tudiado como debe serlo una realidad. En moral. Si se quiere, estas leyes son naturales en el sentido de que enun- cian los medios que son o pueden parecer naturales emplear para conseguir tal fin supuesto; pero estas leyes no pueden calificares con tal nombre, si se entiende por ley natural toda manera ele obrar de la naturaleza, comprobado inductivamente.
En efecto; se reconoce principalmente una cosa, por el hecho de no poderse modificar por un simple acto de la voluntad. Ahora bien; ya hemos visto que los hechos sociales tienen esta propiedad.
Muchas veces es tal esta necesidad, que no podemos escapar a sus efectos. Por su misma naturaleza tienden a constituirse con independencia de las conciencias individuales, pues las dominan.
Para contemplarlos en su aspecto de cosas, no es, pues, necesario tortu- rarlos con ingenio. Las dos grandes doctrinas que tan a menudo se han querido demostrar como opuestas, concuerdan en este punto esencial.
Y si algu- nas veces la necesidad le obliga a recurrir a ellas, que advierta. Pues no es admitida, sean cuales fueren las pruebas en que se apoya. El que emprende la tarea de es- tudiar la moral objetivamente y como una realidad exterior, parece a estos timoratos falto de sentido moral, de la misma manera que el viviseccionista parece al vulgo falto de sensibilidad. Bien lejos de admitir que estos hechos derivan de la ciencia, echan mano de ellos para constituir la ciencia de las cosas a que se refieren.
Sea general o particular, el objeto de toda ciencia debe constituirse de acuer- do al mismo principio. Precisamente porque se ocupa de cosas de las cuales hablamos a cada momento, como a familia, la propiedad, el crimen, cte. Pero es evidente que obrando de esta suerte. La enfermedad no se opone a la salud.
Apliquemos nuestra regla y todo cam- bia. De lo dicho pueden deducirse los errores en que incurren aquellos autores que no definen o definen mal. No; no es cierta- mente la pena lo que engendra el crimen, sino que por ella se nos revela exteriormente, y de ella, por tanto, se ha de partir si queremos llegar a compren- derlo. De los datos sensibles debe sacar directamente los elementos de sus defi- niciones iniciales.
Y en las ciencias naturales constituye otra regla, el evitar los datos sensible, que se inclinan a identifi- carse demasiado con la personalidad del observador, para retener exclusivamente aquellos que presentan un suficiente grado de objetividad. Los caracteres exteriores por los cua- les define el objeto de sus investigaciones.
Una regla de derecho es lo que es y no hay dos maneras de percibirla. Proce- diendo de esta manera, se deja, sin duda alguna, provisionalmente, fuera de la ciencia, la materia concreta da la vida colectiva, y, sin embargo, por cambiante que sea.
Pero, si en ciertos puntos presentan la misma naturaleza, no dejan de constituir dos variedades diferentes que importa distinguir. A sus ojos, el bien y el mal no existen. Hay siempre muchos ca- minos para llegar a mi fin determinado, hay, pues, que escoger entre ellos.
En efecto, tanto para las socie- dades como para los individuos, la salud es buena y deseable, mientras que la enfermedad, por el contra- rio, es algo malo que debe ser evitado. Existen graves enfermedades que son indoloras, mientras que per. En ciertos casos, la falta de dolor y hasta el placer son indicios de enfermedad. En determi- nadas especies inferiores. Y, sin embargo, estas funciones son normales. Ahora bien, puede perfectamente suceder que en lugar de forti- fica: e!
Aun en las de mayor gravedad, las conse- cuencias son poco temibles si sabemos luchar contra ellas con las armas de que disponemos. La viruela, que nos inoculamos con la vacuna, es una verdadera enfermedad que contraemos vo- luntariamente, y, sin embargo, acrecienta nuestras probabilidades de supervivencia. Existen, a buen seguro, otros casos en los cuales el trastorno causado por la enfermedad es insignifi- cante comparado con las inmunidades que confiere.
Hay que hacer notar, finalmente, y con mucho cuidado, que este criterio es muchas veces inaplica- ble. Se puede, en rigor. Ni siquiera sabemos distinguir con una exactitud sim- plemente aproximada, el momento en que nace una sociedad y aquel en que muere. A falta de esta prueba de hecho. Pero aun suponiendo que engendra este resultado, puede muy bien suceder que los inconvenientes que presenta sean compensado, y aun superados, por ventajas que de momento no se perciben.
Por eso, hemos de atenernos a la regla que precedentemente establecimos. En lugar de pretender determinar de un golpe las relaciones en- tre el estado normal y de su contrario con las fuer- zas vitales, buscamos sencillamente un signo exterior, inmediatamente perceptible, objetivo. De estas formas las hay de dos cla- ses. Las condiciones de salud y de enfermedad no pueden definirse in abstracto y de nos manera absoluta. Cada especie tiene su salud, porque tiene su tipo medio que le es propio, y la salud de las especies inferiores no es menos importante que la de las superiores.
Un hecho social no puede, pues. Inversamente, pa- ra todo el mundo, el tipo de salud se confunde con el de la especie. Siendo la norma por excelencia, no puede, por tanto, contener nada de anormal.
La mayor frecuencia de las primeras, es, pues, la prueba de su superioridad. Es, en efecto, muy raro que las especies animales se vean obligadas a tomar formas imprevistas. Es verdad; pero falta saber si los hacemos bien. Lo que nos oculta las dificultades de estos problemas. Apliquemos, en efecto, las reglas precedentes. La criminalidad existe por doquiera.
Sin duda alguna, puede suceder que el crimen mismo ofrezca formas anormales; y esto sucede, por ejemplo, cuando alcanza un porcentaje exagerado. We also use third-party cookies that help us analyze and understand how you use this website. These cookies will be stored in your browser only with your consent.
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Comentario a la Regla 4. Estas dos tendencias son solidarias una de otra. Ii I bid.. II, Las resultantes tienen que diferir, puesto que las componen- tes difieren hasta ese punto. Debido a mi nacimiento, estoy obligatoriamente ligado a determinado pueblo.
Y todo lo que es obligatorio, lo hemos demostrado ya, tiene su origen fuera del indi- viduo. Por lo tanto, no tenemos que discutirlo. Las representaciones, las emociones, las tendencias colec- tivas no tienen por causas generadoras ciertos estados de las conciencias particulares, sino las condiciones en que se encuentra el cuerpo social en su conjunto. Hemos visto que incluso cuando la sociedad se " Si es que existe antes de toda vida social. II, cap. Llegamos por lo tanto a la regla siguiente: la causa determinante de un hecho social debe ser bus- cada entre los hechos sociales antecedentes, y no entre los estados de la conciencia individual.
Los elementos que componen ese medio son de dos clases: las cosas y las personas. Claro que se las puede tener en cuenta en las explicaciones que inten- tamos. Por lo tanto queda como factor activo el medio propia- mente humano. Los negocios que se realizan cruzando las fronteras que separan a los pueblos no hacen que dichas fronteras no existan.
Al contrario, es evidente que el estado en que se encuentra a cada momento de la historia depende de causas sociales, de las cuales unas son inherentes a la sociedad misma, mientras que las otras dependen de las acciones y las reaccio- nes que se producen entre esa sociedad y sus vecinas. Por otra parte, la ciencia no conoce causas primeras en el sentido absoluto de la palabra. Lo que acabamos de decir respecto al medio gene- ral de la sociedad puede repetirse acerca de los medios especiales para cada uno de los grupos particulares que encierra.
Hay que volver siempre a esto. Esto puede ser suficiente. Las etapas que recorre sucesiva- mente la humanidad no se engendran unas a otras.
Comte considera arbitrariamente el tercer estado como el estado definitivo de la humanidad. Si hay especies sociales es porque la vida colectiva depende ante todo de condi- ciones concomitantes que presentan cierta diversi- dad. Un decreto de la voluntad la ha creado, otro decreto puede transformarla. Por consiguiente, mientras sea normal no tiene necesidad de impo- nerse. En principio, basta dejar que las fuerzas indi- viduales se desarrollen en libertad para que se organicen socialmente.
Pero ninguna de estas doctrinas es la nuestra. Se debe simple- mente a que el individuo se encuentra en presencia de una fuerza que lo domina y ante la cual se inclina; pero esta fuerza es natural. En efecto, admite que un mismo consecuente no resulta siem- pre de un mismo antecedente, pero puede ser debido a veces a una causa y a veces a otra. Pero si, al contrario, el lazo causal tiene algo inteligi- ble, no puede ser indeterminado hasta ese punto. Lo mismo ocurre con el crimen.
En efecto, para que sea demostrativo, no es necesario que todas las variacio- nes diferentes a las que se comparan hayan sido rigurosamente excluidas. Es cierto que las leyes establecidas por dicho proce- dimiento no se presentan siempre de golpe bajo la forma de relaciones de causalidad.
Para que den resultado bastan algunos hechos. Sin duda, no tiene que rehacer la obra de los historiadores; pero no puede tampoco recibir pasivamente y de cualquier mano las informaciones que utiliza.
Citemos, por ejemplo, el crimen, el suicidio, la natalidad, la nup- cialidad, el ahorro, etc. Ilustrar una idea no equivale a demostrarla. Luego se pueden establecer comparaciones entre esos diversos desarrollos. Para poder explicar el estado actual de la familia, del matrimo- nio, de la propiedad, etc. En el curso de estas vastas comparaciones, se comete a menudo un error que falsea sus resultados. A veces, para juzgar sobre el sentido en el cual se desarrollan los acontecimientos sociales, se ha com- parado simplemente lo que sucede durante la deca- dencia de cada especie con lo que se produce en los comienzos de la especie siguiente.
Como el determi- nismo, tampoco tiene que afirmar la libertad. Pero para percibirlas bajo este aspecto es preciso abandonar las generalizaciones y penetrar en el pormenor de los hechos. Como mucho, si se interesa en ellos es en la medida en que los considera hechos sociales que pueden ayudarla a comprender la realidad social, manifestando las necesidades que operan en la socie- dad.
Encuentra necesariamente esos problemas al final de sus investigaciones. Sin duda, este principio vuelve a encon- trarse bajo una forma un poco diferente en la base de las doctrinas de Comte y de Spencer. Nosotros nos hemos dedicado a instituir esa disciplina.
Se comprende demasiado la distancia que hay entre dichas causas y dichos efectos. Pero si consideramos los hechos sociales como cosas, es como cosas sociales. Pero este no es el fin al que tendemos. Se tiraron 1 ejemplares.
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